viernes, 16 de mayo de 2008

Un cuento corto


UN CUENTO DE ¿ANIMALES?

Era pequeño, de pelo rizado y grisáceo, como un pequeño rasgón de nube cargado de lluvia.

No tenía hogar. Compartía la libertad de los desheredados. Esa libertad, que aquellos que lo poseen todo, dicen envidiar.

Un día que, como tantos otros de su vida de perro sin dueño, paseaba olfateando basuras abandonadas por esos seres de dos patas, muy superiores en número a cualquier otra especie por él conocida, topó con uno de sus cachorros.
Era pequeño, de paso vacilante debido a su inexperiencia. Y, extrañamente al verle no lanzó una de sus patas contra él. Al contrario, le sonrió y acarició su pelo calado por mil rocíos de madrugadas sin cobijo. Pensó que, como él, no tenía dueño y su pequeño cerebro imaginó que debía protegerle. Una corriente de simpatía se estableció entre los dos.

Empezaron a caminar alegremente. A veces era el niño el que marcaba el camino. Las más el perro giraba, saltando y ladrando a su alrededor. ¿Adónde dirigían sus pasos? No importaba. Ya no estaban solos. Eran ellos dos y la amistad. El pequeño sacó de su bolsillo un poco de pan seco y un trozo de chocolate, miró a su compañero de aventura y compartió con él aquel manjar. No le importó. Al contrario, gozó viendo el pequeño rabo deshacerse en mil movimientos de enérgico agradecimiento y supo lo que significaba compartir. Poco a poco, la tarde empezó a dejarse vencer por una noche oscura y húmeda. Se miraron y el perro comprendió que él era el responsable de encontrar un cobijo para su amigo. Sabía que aquellos seres vivían en unos refugios que ellos mismos fabricaban. ¡Pero eran tan complicados! Una vez estuvo observando cómo se construían, pero no se quedó mucho tiempo, hacían un espantoso ruido con enormes máquinas que giraban, golpeaban y amenazaban continuamente con perseguirle.

Pronto pensó en una solución mejor. Allí estaban entre árboles, rodeados de naturaleza y su amigo parecía cansado. Sus pequeñas patas empezaron a retirar con decisión la tierra de debajo de un viejo árbol de espeso follaje. Haría un lecho y se darían calor entre sí.

Como pudo, a pequeños empujones de su hociquillo lleno de tierra, hizo comprender a su amigo que aquello sería el refugio para la noche que ya empezaba a envolverles. El niño no tardó en comprender y acomodó su cuerpecito en aquella improvisada cama. Sueño, calor, amistad, amor... y durmieron.
No muy lejos de allí, una familia permanecía insomne, tensa. El pequeño Manuel, no había regresado al hogar. ¿Dónde estaría? Amigos, vecinos, conocidos y curiosos se dispusieron a la búsqueda. Fue una larga noche, repleta de temores y angustias. ¡Era tan pequeño! ¿Podría soportar el frío intenso de la noche? ¿Se habría dormido agotado por sus juegos o buscando el camino de regreso?

Amanecía.

De pronto, una voz restalló en el aire ¡ESTÁ AQUÍ! Le habían encontrado. Corrió la voz montada en el viento, colgada de rama en rama, entre los árboles. Llegó a todos los ansiosos oídos. Todos empezaron a sentir la fatiga de la noche. Los nervios se calmaban y el cansancio tomaba su lugar. El pequeño Manuel, estaba allí, acurrucado. A su lado, muy pegado a él, casi sobre su cuerpecito, un perro lanudo y grisáceo le daba calor.

Enseguida se dieron cuenta de lo ocurrido. Aquella criatura había construido un refugio para el niño. Le había salvado no sólo del frió, también del miedo y la soledad.

Ofrecieron su hogar y su cariño a aquel perro. Este podría ser el final feliz de una historia.

Pero el final real es muy distinto.

A los pocos días, aquel perrillo cariñoso y valiente, moría entre convulsiones.
Le habían envenenado.

Dijeron que si tal vez había comido algún raticida. Dijeron que tal vez veneno para topos. Dijeron... pero él ya no estaba allí. Comía a diario en aquella casa que le habían ofrecido. Ya no tenía hambre, como cuando era un callejero. ¿Por qué iba a buscar alimento en otro lugar distinto a su nuevo hogar? Lo cierto es que se fue silencioso, como había llegado. Sin pedir nada. Dando lo que tenía. Tal vez exista un premio para los buenos perros. Si es así, él debe estar ahora gozándolo.

ANA ALAS – Marzo de 1981

3 comentarios:

la india del cibao dijo...

Muy bonita la historia, desde que comence a leerla me emociono y me identifique con el perro. Te felicito Ana, y espero nos sigas deleintando con tu arte

Jill dijo...

Hola Ana,

Vaya cuento tan triste pero tan lindo a la vez. Ya me conoces y sabes que soy amante total de los perros y los animales en general. No pueden hablar como lo entendemos nosotros con palabras pero con sus actos y por ser como son - a veces nos dicen más con una sola mirada ó una patita en nuestra mano que nos llega a decir más que un ser humana en toda una vida.

Nunca entenderé que sacan la gente con envenenar un animál la verdad. Hay tantas cosas que uno no se puede llegar nunca a entender en este mundo - pero hay que seguir, luchar y soñar que un día las cosas van a mejorar.

Un beso enorme de tu amiga Escocesa xD

Anónimo dijo...

Hermosa historia, aunque tan triste. Otra loca por los perros que se emociona mucho y se enoja con tanta injusticia.
Besos!